Una de mis metas de este año era poder subir la montaña al menos tres veces por semana. Ahora que miro atrás me doy cuenta como esa meta estaba destinada al fracaso pues en ese momento que la establecí, no subía la montaña ni una vez a la semana. Era una meta completamente inalcanzable para mí.
Yo admiro muchísimo a la gente que es capaz de levantarse a las cinco de la mañana a subir la montaña, los admiro tanto que quise copiarlos creyendo que eso funcionaba para mí y para no hacerles tan largo el cuento, esa forma de moverme solo me duró una semana y media. UNA SEMANA Y MEDIA. Después puse mil excusas y no volví; y no porque me faltó disciplina o me ganó la pereza; simplemente eso no me estaba funcionando, y por mucho que yo lo admiraba, no iba con mi realidad de vida y complicaba mucho mi día.
Estoy segura de que si hubiera seguido insistiendo, esa meta se hubiese vuelto una obligación y esa actividad que en principio tenía que hacerme sentir bien, me hubiera generado mucho malestar emocional.
Lo chistoso es que esto nos sucede en nuestro día a día. Desde el momento que elegimos que ropa ponernos hasta que decisiones tomamos. Ser influenciados socialmente y compararnos con otros es parte de nuestra naturaleza humana y no se trata de eliminar estos aspectos sino de tomar consciencia sobre ellos y realizar las modificaciones necesarias.
Al final todo se resume en este insight: Lo que le funciona a alguien no tiene por qué funcionarme a mí. Somos diferentes, en todo sentido, y eso está bien.
Así que hoy es un buen día para preguntarnos si las metas, proyectos, u objetivos que tenemos realmente son nuestros, desde lo más básico hasta lo más complicado. Ese outfit, ese viaje, ese trabajo, esa relación, esa familia, ese hobby… realmente es mío o, ¿es de alguien más y quiero hacerlo mío?
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