top of page
  • Writer's pictureSofi

Después de sesenta días...

Día sesenta y cinco de confinamiento.


Te levantás lista para atender tus responsabilidades laborales desde casa pero algo ha cambiado. Sentís algo dentro de vos, no sabes qué pero te sentís diferente. Has tratado de mantenerte ocupada, pero hoy como que te cae el veinte. Sentís ganas de llorar, de gritar, de patalear. La confusión de lo que estas sintiendo es tanta pues no estás segura de que es. Parece una mezcla de miedo, enojo y tristeza; miedo porque ya van sesenta y cinco días y para este entonces pensabas que ya todo volvería a la normalidad. La normalidad, en realidad no ves ni la sombra de eso. Enojo con las autoridades y su forma ridícula de manejar la situación, y tristeza por todo lo que has perdido: las reuniones familiares, de esas donde están todos los tíos y primos reunidos, abrazándose, comiendo y bebiendo todo tipo de cosa, y hablando al mismo tiempo de todo lo que les apasiona; y las reuniones con los amigos; esa familia que escogemos con quienes podemos hablar de todo, con quienes nos dan las cinco de la madrugada, discutiendo la vida. En fin, extrañando tu red de apoyo. Tantas emociones acumuladas, tantos días que han pasado, tantos planes que se frustraron... y la situación no parece mejorar pronto. Se ha permitido la salida por el último número de la tarjeta de identidad pero por precaución decidís no salir; después de todo... esto tiene que mejorar. Sin embargo este estado emocional desesperante te lleva a pensar que no, que si esto no ha mejorado en sesenta y cinco días que te hace pensar que lo hará en dos o tres, más en un país como el nuestro donde una profesora es ministra de salud. Llega el día setenta y uno y es tu día de salida. Hay que salir, necesitas salir. Te bañás y arreglás en cuestión de segundos. Te ponés jeans por primera vez en todo este tiempo con cierto recelo pues no has precisamente cuidado tu dieta esta cuarentena. Celebrás cuando te das cuenta que te quedan, te perfumás y te terminás de arreglar, emocionada pues volvés al mundo, a conectar con los demás. Salís y manejás con precaución dado que es tu primera salida en más de dos meses. Celebrás nuevamente cuando el carro enciende y avanza sin problema. Aplicás todas las medidas de bioseguridad, haces los mandados y te alegrás cuando no hallás algo en un comercio pues eso te da una excusa para visitar otro. Te encontrás con amigos, conocidos y gente a quien le guardas mucho cariño. Todo parece mágico… hasta que te das cuenta que no podes abrazarlos, ni siquiera tocarlos. En ese momento tomás consciencia de que ambos lucen con mascarillas que les impiden visualizar la sonrisa del otro y es aquí donde te cae el veinte nuevamente y te das cuenta que las cosas no volverán a ser como eran antes. Te invade la nostalgia por todo eso que alguna vez tomamos por sentado: la sonrisa de un extraño, el abrazo de los familiares y amigos, el apretón de manos de alguien que acababas de conocer o atender. Todo esto se ha ido. No obstante, salir te ha hecho muy bien, porque gracias a nuestra naturaleza humana aún conectamos con los demás a través de metros de distancia, mascarillas, caretas, y pantallas; pero volvés a casa a reflexionar sobre esta nueva realidad que nos espera: la interacción social pos-COVID-19.

 

Si te gustó este escrito, ¡compártelo!

Recent Posts

See All
bottom of page