Nota: Esta entrada trata sobre la fe y las creencias religiosas de Sofi. Su intención es únicamente compartir su experiencia y NO imponer estas creencias a ninguno de ustedes.
Entrás después de ochenta y cuatro días. No sabés que esperar. Estás en constante estado de alerta, pendiente de tomar todas las medidas de bioseguridad. Empieza la misa…sentís tu corazón palpitar fuerte...muy fuerte. Al mismo tiempo, sentís el estómago revuelto. Reconoces estas reacciones fisiológicas comprendiendo que estás ansiosa. Respirás profundamente para calmarte. Inhalás...exhalás...inhalás...exhalás....
Has estado añorando este momento y no querés que esta emoción te distraiga y te impida disfrutar lo que tanto has anhelado volver a vivir. Seguís respirando...terminan las lecturas. Observás a la gente a tu alrededor...con vos hacen catorce personas en el templo. Cantás y decidís que a pesar de tu ansiedad vas a vivir cada parte de la celebración.
Llega el momento sublime, lo que tanto has añorado, la razón principal por la que viniste...comulgar. Te ponés gel de manos como se ha solicitado previamente, y te dispones a caminar...acercándote al altar, siguiendo las directrices y pisando las rotulaciones que aseguran la distancia social. En ese momento empezás a llorar, desconsoladamente, así como lo hiciste cuando tus papás te dejaron en tu primer día de pre-kinder. Te acercas a recibir a Jesús con lágrimas en los ojos y tu ansiedad empieza a hacer más sentido.
Recordás como algunos fallaban en entender a quienes decidían tomarlo con la mano e irónicamente todos ahora debemos hacerlo de esta forma. Esto solo demuestra una vez más que Jesús está ahí, más allá de cualquier precepto, para ser tocado y recibido, en medio de nuestra humanidad. "No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme", decimos.
Regresás a la banca llorando y te arrodillas a orar pero el llanto es tanto que no podes ni pensar…lloras, lloras y seguís llorando. Pareciera como que si tus ojos son una llave de agua con un grifo averiado y en ese momento entendés algo. Por más oscuro e incierto que se vea el camino, hay una constante que nos acompaña siempre Jesús, Dios, y los que creemos en Él sabemos que sí, una pandemia es grande, muy grande, pero Dios es más grande y solo Él puede sacarnos de esta situación.
Recibís la bendición final, con los ojos llorosos pero sintiéndote en paz porque sabés que Dios en su grandeza ha escuchado tu corazón aún en medio del llanto incesante.
PARÉNTESIS...Independientemente de la fe o espiritualidad, como seres humanos necesitamos una esperanza. Una persona muy especial para mí y que tuve la fortuna fuese mi maestra siempre enfatizaba este punto... los seres humanos necesitamos tener una esperanza, lo que eso signifique para nosotros. Para mi es Dios, para otros puede ser la ciencia, la naturaleza, el destino, Buda, los Jedis, lo que sea. Es esta esperanza la que nos mantendrá de pie a pesar de la adversidad y es a través de ella que podemos desarrollar la resiliencia; esa capacidad de recuperarse frente a las crisis para seguir creciendo. Con esto quiero motivarnos a que nutramos esta esperanza, sea cual sea, y busquemos la forma de reedescubrirla y reenfocarla para crecer con ella...se cierra el paréntesis.
Al salir ves un rotulo en el parqueo que dice "Bienvenido a casa"...y pensás en cuando te toque partir de este mundo y te reencontrés con las personas que amas y que ya se han adelantado. Recordás tu llanto desconsolado, ese llanto que expresaba todo lo que has sentido durante esta pandemia: toda la frustración, toda la incertidumbre, toda la tristeza... Pensás como probablemente cuando ese día llegue, caminarás hacia el Padre llorando, así como cuando fuiste a comulgar después de ochenta y cuatro días, pero esta vez no serás vos quien reciba a Jesús, sino al revés y lo hará con los brazos abiertos diciéndote "Bienvenida a casa."
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