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  • Writer's pictureSofi

Estoy poniendo límites pero ¿qué hago con esta culpa?

A medida empezamos a trabajarnos nosotros mismos y vamos creciendo, nos volvemos más selectivos con nuestra energía y nuestro tiempo. Por ponerlo en términos más sencillos, le aguantamos menos a la gente.


Vamos cuidándonos más y eso implica poner límites. Actualmente se habla cada vez más de la necesidad de establecer límites sanos y de hacerlos respetar, pero algo de lo que casi nadie habla es de la culpa que viene con ellos.


Los limites tienen mala prensa. Creo que mucho tiene que ver nuestra cultura latinoamericana y que hemos aprendido que “ser buenos” significa estar siempre disponible y hasta sacrificarnos por los demás.


Lo que no se nos enseña es que por muy buenas que sean nuestras intenciones con otros, estas pueden lastimar, especialmente cuando llegamos a irrespetar sus decisiones, opiniones, o intereses.


Somos libres de hacer lo que nos parezca. Y esto no tiene que ver con los demás.


Mi abuelo Abel decía

“Cada quien puede hacer de su fundillo, un tambor”

Y cada vez que ponemos un límite, estamos priorizándonos a nosotros mismos.

Un “no” a los demás es un “sí” a ti.

Así que esa culpa que sentimos cuando ponemos un límite no tiene por qué indicar algo malo. Al contrario, esa culpa es señal de que vas en la dirección correcta, de que te estás anteponiendo, de que te estás amando un poquito más.


Esa culpa representa crecimiento, evolución, y transformación hacia una versión tuya más alineada y auténtica, así que más que pelear con ella o evitar sentirla, abrázala, hónrala y hazla tuya; pues a medida la vas entendiendo podrás reconocer más claramente lo necesario que era ese límite.


Grabémonos esto: La mayor resistencia a nuestros límites la encontraremos de aquellas personas que más se beneficiaban por la falta de ellos.



 

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